Por Abraham Rojas
“La virtud que tiene la acción es poca en comparación de la disciplina y la resistencia que conlleva el no actuar. El acto es mayormente una reacción instintiva y primitiva que no sé pudo contener, en cambio la espera es el resultado de la práctica constante de disciplinas como: la meditación, la estrategia, la autoevaluación, autocontrol, la resiliencia; esto forma una mente estrenada y disciplinada, con la capacidad de resistir a la trampa del futuro”
El arte de la espera no se debe confundir con la postergación, la desidia o procrastinación, sino todo lo contrario, es permanecer atento y en vigilia a la espera de los indicios que te permitan actuar y aplicar la estrategia, que durante la calma se hizo. Esto no significa que la inacción sea total, sino que, en la inacción, en el nulo movimiento se debe planear, esto deja a un lado la idea de la pasividad. Hay más posibilidades de dar pasos firmes y caminar del bebé que gatea antes de erguirse, como también se incrementan esas probabilidades de tropiezo y de trauma innecesario del aquel crio que con bravura desea imitar los pasos adultos.
Ya realizado ese acto, nos espera la segunda espera, una más importante que la anterior, y esta es la espera por el resultado, en esto debe hacerse presente la nula obsesión por el resultado, pues ante una obsesión por el resultado, se sufrirá el camino por hacía obtener dicha meta, esto si esta se cumple, sino se cumple, pues hay esa posibilidad, se sufrirá doble vez. Para resolver estos dos dilemas los sabios estoicos tienen la analogía de la flecha: el arquero con paciencia, con técnica toma su arco y flecha apuntando a su objetivo. Dicho aquero antes de lanzar la flecha usa todos sus recursos y herramientas aprendidas que lo hacen llamar dignamente como un maestro. Entonces suelta la flecha y hace lo mas importante de todo el proceso; espera, él sabe que hizo todo lo que pudo para llegar a ese blanco, pero también es sabedor que el recorrido de la flecha a ese objetivo, ese transcurso no está ahora en bajo su control, y ahora debe esperar, esos segundos que para el son horas, hasta milenios de incertidumbre, pero para ese educado maestro esa espera solo es eso, incertidumbre, no es dolor, no es sufrimiento, y mientras la flecha esta en el viento, él ya ha recargado la otra.
“En una torre dos condenados a muerte, compañeros del mismo crimen fueron condenados a la horca el mismo y día a la misma hora. Uno durmió durante toda esa jornada de espera, pero el otro marco en la pared día a día que pasaba y que se acercaba a su muerte, él no dormía, no comía, lloraba, se lamentaba; entonces días antes de la fatal fecha, la espera ya lo había matado, no la horca; él sufrió múltiples veces, en su mente murió múltiples veces, y aun estando en vida ya había muerto. En la misma celda el otro dormía y solo se despertaba para comer y hacer sus necesidades. Pasaba días dormido sin tocar la comida. Tanto así que no había notado la muerte prematura de su compañero.
Los guardias al percibir el olor de putrefacción del preso, entraron y vieron el cadáver, también notaron la comida putrefacta de ambos reos, misma que no había sido tocada en días, entonces miraron los dos cuerpos inertes, y resolvieron a sacarlos y arrojarlos al campo para que las bestias los devoraran. Al sentir el sol en su rostro y el aire fresco del campo, uno de ellos se despertó de su sueño y siguió con su vida”.