Por Abraham Rojas

“Al final, quien deseé, regresar y repetir su vida sin ningún cambio, hacer un retorno exacto; aquel que haya quitado de su lenguaje el “hubiera”, ese ser ya se ha superado a sí mismo”.

Hay un momento en nuestra vida en que nos preguntamos… ¿qué pasaría si volviéramos a nacer si la reencarnación existiera? ¿repetiríamos nuestra existencia bajo los mismos patrones y nuestro destino sería un bucle infinito imposible de modificar?

Es entonces cuando nos damos cuenta, que bajo las circunstancias, tiempo y espacio cuales quiera que fuesen y que, si realmente existiese ese cambio de circunstancias, que hasta pudieran ser hasta más favorables que las actuales en ese metafórico renacer. Y si aún pese a esos cambios, todavía existe ese miedo a repetir los mismos patrones de sufrimiento y dolor es entonces cuando descubrimos que quien determina la verdadera existencia es la mente y no la vida misma en sí. “La existencia precede a la esencia”, afirmo Jean Paul Sartre.

El eterno retorno, es aquel pensamiento estoico en el cual persiste siguiente idea: que por más adversidades que se haya tenido en una vida, al final de los días de esa misma existencia, siempre se ha de desear repetirla sin ningún cambio. A ese estado mental podemos llamar aceptación, y éste es un primer paso hacía la trascendencia.  El quitar del lenguaje de la nostalgia el “hubiera” supliéndola por la palabra “enseñanza”; será en ese momento cumbre del pensamiento cuando la felicidad dejará de ser una meta o un fin; sino que será el camino mismo.

En una escalada a una montaña alta, dos alpinistas llegaron al mismo tiempo a la cima. En uno de ellos era evidente la fatiga y el dolor que le había causado la extenuante jornada, pero en el otro se vislumbraba un semblante de tranquilidad, y de hasta cierta paz.

Ante tal evidente falta de fatiga el primero de ellos se abrumó y no pudo contenerse para preguntar sobre la técnica del pacífico alpinista, a lo que el interrogado, pregunta de vuelta:

– ¿Qué tenías en mente?, ¿cuál era tu motivación para llegar aquí a en donde estamos?

–  el cansado alpinista con el poco aliento le responde: la cima, siempre miré esa meta, ese pico y eso fue mi motivación ante todo el sufrimiento, siempre vi la cima y me visualicé en ella.

– El relajado montañista le responde con voz calmada: ese amigo mío fue tu gran dolor, esa cima fue tu verdadera carga, todo el camino sufriste y más se incrementaba ese dolor cada que veías ese alto pico y aún ya estando aquí sigues sufriendo. Yo en cambio amigo mío solo veía mis pasos, nunca miré ni me obsesioné con la cima, yo sólo avancé y cada paso para mí fue una victoria, entonces yo en éste ascenso tuve muchas victorias, tú solo tuviste una, yo no sufrí; sino que cada paso me renovó las energías, mientras los tuyos te causaban dolor, y aún sufres los estragos de ese tortuoso camino, y no puedes disfrutar plenamente tu única meta: “Yo comprendí que la meta en si misma era toda la montaña, no solamente su pico, y volvería a escalarla:”

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