Por Abraham Rojas

“La mente es un leviatán, es ese némesis que es inherente a nuestra existencia, es ese monstruo, por el cual nos debemos capacitar durante toda nuestra vida para intentar domar, pues éste monstruo se alimenta de nuestro tiempo, entonces entre más tiempo de vida hemos transcurrido, más indomable y más fuerte se vuelve. Nuestro único trabajo real en esta vida es domar a este monstruo; no ser dominados por él, pues aquel que ha dominado su mente, así mismo ha dominado su mundo”.

El resultado de la capacitación mental, del entrenamiento asiduo y del constante perfeccionamiento en el arte de dominar los pensamientos inquietantes, del deseo, de los instintos primitivos del falso ego, de todas aquellas representaciones mundanas de la mente; es la espera. Es aquella virtud que se da por medio de la disciplina mental, de la dominación de la imaginación que va creando constantemente panoramas ilusorios que ya sean de esperanza y desasosiego, pero que tienen el mismo efecto y es que van causando inquietud y dolor. Estos sucesos inexistentes creados en la mente son los que causan inquietud y perturban, es ahí cuando la mente ha tomado poder, incluso de la realidad; la mente ya ha deformado la realidad y nuestro cuerpo refleja esa realidad, la hace palpable, la siente y la experimenta. En ese momento ya hemos perdido la batalla contra ese leviatán llamado mente.  Ya ha creado su propia realidad y en esa realidad, ya fuimos participes, protagonistas y jugadores de un juego creado premeditadamente en desventaja hacia nosotros para perderlo y lo vamos a perder. El único remedio ante esos males es la espera. Y esta se da únicamente por medio del cultivo y la disciplina asidua de todas las manifestaciones de la mente. Entonces la espera es el resultado de la maestría mental.   

“El agricultor no se mueve por el mundo en la búsqueda de lluvias, él sabe, es paciente y espera las fechas adecuadas para crear frutos, y en el proceso de las esperas, ha creado una casa, una familia, una vida; la espera le ha premiado. En cambio el nómada sigue errante la lluvia, la persigue por temor a la hambruna y la muerte lo alcanza en el camino, no supo nunca del ciclo de la tierra, jamás supo de la espera”.

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